domingo, 25 de enero de 2015

Gigantes del bosque



En una suave pendiente de la zona meridional de la Sierra Nevada californiana, puerta sur del famoso parque nacional gringo Yosemite, a unos 2.100 metros sobre el nivel del mar y dominando un cruce de senderos del Parque Nacional de las Secuoyas, se yergue un árbol colosal. El tronco es marrón rojizo, está engrosado por múltiples capas de corteza rugosa y mide once metros de diámetro en la base. Es un árbol tan grande que es imposible verlo entero. El gigante tiene nombre y se llama General Sherman. Es una secuoya gigante, un ejemplar de Sequoiadendron giganteum, una de las varias especies de secuoya que todavía existen.



Los árboles crecen a lo alto y desarrollan co­­pas anchas porque compiten con otros árboles por la luz y el agua. Y siguen creciendo una vez alcanzada la madurez sexual, a diferencia de lo que ocurre con los mamíferos terrestres o con las aves, cuyo tamaño se ve constreñido por la gravedad. El árbol no necesita desplazarse, de modo que refuerza su estructura añadiendo con­tinuamente más madera. Dado que la búsqueda de recursos del cielo y del suelo es para ellos un imperativo constante, con el tiempo pueden llegar a adquirir un tamaño descomunal y seguir creciendo. Las secuoyas gigantes son tan enormes por su extraordinaria longevidad.


Y son tan longevas porque han sobrevivido a todas las amenazas que podrían haber acabado con ellas. Su enorme fortaleza impide que el viento las tumbe. Los ácidos tánicos y otras sustancias químicas que bañan el duramen y la corteza las protegen de los hongos. Su gruesa corteza es resistente al calor del fuego. De hecho, los incendios be­­nefician a las poblaciones de secuoyas, ya que acaban con otros competidores y encima abren sus piñas, liberando unas semillas que consiguen arraigar gracias al sol y las fértiles cenizas. Los rayos dañan a los grandes ejemplares adultos, pero no suelen matarlos. Por todo ello, crecen en edad y tamaño milenio tras milenio.

Además, las secuoyas soportan meses de temperaturas bajísimas. Su hábitat predilecto es extremadamente invernal, muy severo, así que deben ser resistentes. La nieve se amontona y carga sus ramas, mientras el termómetro ronda los –10 °C. Sobrellevan el peso y el frío con aplomo, igual que tantos otros rigores...nada mal, tratándose de un "abuelo".

El tamaño de estos gigantes te hace sentir insignificantemente minúsculo, inmersa en un cuadro como sacado de una película tipo "Crónicas de Narnia". De hecho, son tan pero tan imponentes que llamó mucho mi atención el hecho de que todos los presentes hablaban bajito y había un respeto y silencio que es difícil de apreciar en entornos tan turísticos.



Estuve mucho rato contemplando a los gigantes del bosque. Eran soberbios. Serenos. Parecía por momentos que estaba rodeada de enormes viejos sabios que susurraban a mi paso consejos de índole espiritual. Me pregunté cuál sería su historia tras tantas inclemencias. Reflexioné sobre su longevidad y su entereza...Y sobre lo ínfimos y vulnerables que somos frente a la naturaleza.

1 comentario:

  1. Linda entrada chicos!

    nosotros también tuvimos la suerte de sentir su energia hace ya unos cuantos años y fue algo espectacular :)

    Un abrazo enorme!
    www.uncambiodeaires.com

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