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lunes, 11 de marzo de 2013

El Morfeo Laosiano...

Después de Vang Vieng, nos fuimos a Don det, una de las 4 mil islas del Mekong, al sur de Laos. El viaje fue agotador: primero tomamos un bus de Vang Vieng a Vientiane (la capital de Laos) y desde ahí un sleeper bus a Pakse. Esa noche no dormimos nada, el camino daba unos saltos y nosotros acostados y relativamente cómodos, pero los baches del camino eran patadas en el cu...en los riñones!La pasada por Pakse era nada más que para dejar nuestros pasaportes en manos de la embajada de Vietnam, tramitando nuestras visas, donde nos llegó un balde de agua fria al saber el cuánto nos costaría: 60 dólares cada uno y no podíamos pagar con tarjeta. Bueno, no nos quedó otra. Vietnam no se descartaba de la ruta por ningún motivo. Halong Bay lleva 16 años esperándome y yo me moría por conocerla.
Así que después de los trámites en la embajada, tomamos un tuk tuk rumbo a la "estación de buses", pero nos dejaron en algo así como una flota de taxis. Bajaron nuestras mochilas, nos preguntaron a donde íbamos y nosotros con cara de circunstancias dijimos "Don Det" y a empujones nos chantaron literalmente a presión en una especie de camioneta donde la parte trasera tenia techo y una tabla a cada lado para sentarse. Era un transporte para 12 y ibamos 25 personas arriba! En el tercio de asiento que me tocó pude apoyar un tercio de mi adormecido trasero que para más remate los últimos 2 meses ha crecido gracias a tanto rice, noodles y banana pancake. A mi marido no le tocó asiento, se fue parado en algo así como el parachoque trasero y agarrado de las mochilas que íban amarradas en el techo. Una locura! Y eso que aún no llegamos a India. Traté de tomarlo con humor y al principio, iba muerta de risa pero tras hora y media de camino y una buena colección de calambres de la cintura hacia abajo, la cosa ya dejó de parecerme chistosa. La última hora de viaje creo que entré en estado zen porque no me acuerdo que fue de mi pobre y acalambrada humanidad, pero que podía importar todo eso si estábamos por llegar a una isla donde nos esperaban los brazos del morfeo laosiano?
Nuestra intención no era más que hacer nada, y este lugar es ideal para eso. Con gente acogedora y un tempo maravillosamente pausado, esta isla es perfecta para ralentizar aún más los latidos.
Nos instalamos por 5 días en una cabañita casi sobre el río mismo, rodeados de verdes y hamacas.


El único día que decidimos movernos un poco, fuimos pedaleando a unas cascadas a la isla del frente, Don Khon.

Don Khon desde Don det.
Son unas cascadas muy bonitas, pero en esta época del año, que no llueve, no tienen mucha agua.
Pero el esfuerzo de andar en bici con ese calor y el baño en el río fueron una maravillosa recompensa. Además hay que darle crédito al camino para llegar. Así de fotogénico era el entorno.



Lindo no?

Fueron días de relajo absoluto. Tardes de acordeón y ukelele. De samosas, siestas y caminatas de poco esfuerzo.
Nuestra última noche fue bien especial. En nuestras cabañitas, donde había una onda muy rica, los franceses encargados organizaron un encuentro musical y mi acordeonista favorito (mi compañero de viaje y vida) los dejó a todos fascinados con sus melodías. Por ahí hasta un gringo se animó y se puso a hacer stand up comedy, y una chica de voz angelical se animó a cantar.


Después de casi una semana de "chill out" en Don Det, nos vamos despidiendo de Laos y nos disponemos a explorar tierras vietnamitas, saliendo de un país y entrando al siguiente destino por tierra.
Pero esa es otra historia.

domingo, 10 de marzo de 2013

Desayunos y paisajes gloriosos en Vang Vieng

Después de Luang Prabang, tomamos un bus con rumbo al sur.
Tras unas 4 horas de un curvilíneo camino atravesando montañas de cuentos chinos, llegamos a Vang Vieng. Este lugar invita a la desconexión, y así lo hicimos. Adiós internet! Nos limitamos solo a conectarnos por skype para llamar a mi hermano que estaba de cumpleaños.
Y nos instalamos en unas cabañitas muy sencillas, pero perfectas para nosotros (al otro lado del río). Parece que sus paredes fuesen tejidas, reinan los sonidos selváticos y nuestro mosquitero es nuestro necesario y preciado compañero. Durante la noche, con la luz apagada, entran desde afuera, a través de sus paredes, cientos de lucecitas que crean un universo plagado de estrellas en 3D. Un mágico y gratuito show creado para nosotros dos.

Vang Vieng se hizo popular varios años atrás por el famoso tubing, que consiste en ir sentado dentro de un gran neumático río abajo. Hoy también se hace pero no como antes que era en plan de emborracharse y morir en el camino.
Para nosotros, el que se lleva todos los honores en Vang Vieng es su paisaje. Sus montañas con cuevas profundas son impresionantes.

Un día fuimos a explorar estas montañas...

Al siguiente fuimos en bicicleta a la laguna azul.

Otros días decidimos hacer nada y para despedirnos del lugar, volamos sobre épicos paisajes en globo aerostático y fue alucinante!



45 minutos muertos de calor por las llamas de fuego que mantenían al globo en las alturas y con una leve sensación de vértigo al mirar hacia abajo.


A la vuelta de nuestras cabañitas, descubrimos un local de una pareja de un francés con una laosiana:
Philippe y Boá. Ahí degustamos los mejores desayunos de todo el viaje, que consistían en baguettes crujientes que parecían salidos recién del horno de una boulangerie de Paris, con mantequilla y una abundante porción de mermelada casera de banana, mango y piña hecho por Boá. Café laosiano y sobre la mesa un tarro de leche condensada. No se le puede pedir más a la vida!!!
Es que la leche condensada y yo tenemos una relación oculta desde que soy chica, cuando iba a casa de mis abuelos y me esperaban con ese bendito y engordador menjunge llamado "revueltijo" (cerelac con leche condensada)
Fuimos cada día a desayunar donde Boá y Philippe. Es que esa pareja tenía tan buen rollo, que daban ganas de irse a vivir con ellos.
Sí, lo se. La foto no está nítida, pero esta linda mujer y su maravillosa mermelada merecen salir en este post.

Antes de partir, fuimos a despedirnos de ellos con un poco de música.
Lamentablemente la barrera del idioma nos impidió profundizar un poco más y conocerlos mejor. Ellos hablaban cero inglés y nosotros no hablamos ni francés ni laosiano. Cada vez que viajo me dan más ganas de aprender nuevos idiomas. Pero bueno, la música rompe esas barreras y al menos se veían muy felices después de la humilde serenata.

Luang Prabang, la ciudad de los monjes


Luang Prabang. Cómo me gusta esta pequeñita ciudad. Tiene unos aires coloniales y afrancesados que me recuerda a mi barrio favorito de París (Montmartre). Pero si a eso le sumamos la belleza de sus vistas al río y lo colorido que resulta gracias a sus anaranjados monjes, esta chiquita ciudad patrimonio de la Unesco se ha convertido para mí, y varios viajeros, en una de las más lindas del sudeste asiático.





Cuenta con un mercado hermoso y muy variado todas las noches, entre 18 y 24 hrs. y les juro que dan ganas de comprárselo todo, pero como estamos viajando largo, tuve que aguantarme y priorizar el viajar livianos, asi que sólo me compré un vestidito. Jejejeje!
Lo malo es que los precios de los alojamientos estaban por las nubes para nosotros, quizás porque justo llegamos el fin de semana de año nuevo chino, no lo sé, pero nuestro presupuesto promedio de 10 dólares diarios se duplicó así que estuvimos sólo 4 noches, que fue suficiente la verdad.
Luang Prabang cuenta con muchos templos y es hermoso ver la vida de los monjes y sus túnicas naranjas colgadas secándose al sol. Uno de los atractivos, de hecho, es levantarse al alba y ver cómo los monjes caminan por la calle y la gente de rodillas los espera para su ración diaria de comida. Yo no fui capaz de madrugar esta vez, pero igual el último día salí antes de las 8 am a caminar por sus tranquilas callecitas y pude percibir el despertar de la ciudad. La gente a primera hora barre las cunetas y por eso siempre están tan impecables, y de sus panaderías sale el delicioso olorcito de sus baguettes recién sacados del horno (otra cosa que me transportó al barrio bohemio de París) y de pasada me abrió un apetito voraz.



Un día cruzamos unos de sus puentecitos y fuimos a una especie de aldea que hay en frente. Vimos como las mujeres viven de sus telares y esas maravillas que hacen con hilos de seda. Me gusta apreciar su ritmo de vida lento, la familia con sus hijos y que nadie se mate trabajando para vivir. Se ven felices y me gusta reflexionar mientras observo que es posible vivir en un lugar en el mundo de forma más básica, simple, sin necesitar tantas cosas materiales. La verdad, eso es algo que se puede ver no solo en LP, sino en varias pequeñitas ciudades de Asia y me hace repensar el cómo yo quiero vivir mi vida a futuro.



Si hay algo precioso que vimos cerca fueron las cascadas de Kuang Si, que presumen de una belleza impresionante. Al fin vimos una cascada decente en este viaje y su entorno era de otro nivel. Que ganas de haber sabido antes, pero si alguien visita este lugar, vaya preparado para pasar el día completo, porque hay mesitas para hacer picnic y uno se puede bañar en sus piscinas naturales de aguas celestes y transparentes. Mejor dejo estas fotitos que hablan por si solas...





Y por si fuera poco, esta romántica ciudad nos tocó para el día de los enamorados. Y qué mejor que celebrar el amor en un restaurancito a orillas del río con una buena botella de vino chileno?


 

viernes, 8 de marzo de 2013

Entrada a Laos por el Mekong.

Después de Myanmar, Nuestro próximo destino era Laos. Pero una vez más teníamos que pasar por Tailandia, ya que desde el norte entraríamos por el famoso delta del mekong. Ahora sí que sí, Adios Tailandia!
Cruzar de Tai a Laos fue rápido y sencillo. Hicimos los respectivos trámites fronterizos y pagamos en la aduana más hippie del mundo nuestra visa que nos salió 30 dólares.

A la espera de otra visa en nuestros pasaportes...

Una vez en Laos, se siente un ritmo mas lento y una energía diferente, más relajado, con una onda isleña, de clima agradable, gente pausada y sonriente. Que rica bienvenida a Laos! Sentimos inmediatamente que nos quedaríamos más de lo presupuestado. Y nuestra entrada al país fue a través de el mekong, navegando durante dos largos días en el slow boat con gente de todas partes del mundo (nosotros, como siempre, los únicos chilenos). Ibamos preparados para lo peor, para lo más incómodo del planeta, y la verdad, es que estuvo bastante bien.

En el slow boat.



El primer día se navega toda la tarde y justo al atardecer para en Pakbeng, un pueblito de una calle con, básicamente, lugares donde pasar la noche y uno que otro restaurant. Y esa parada en ese pueblo en medio de la nada fue bien particular: apenas pusimos un pie sobre tierra, llegaron a ofrecernos marihuana, guesthouse, opio, guesthouse and more "tickets to the moon", and more guesthouse... Plop!
Accedimos al ofrecimiento (de un guesthouse) y seguimos al chico que nos llevó al final de la calle. Al llegar vimos la pieza que parecía una cabañita y dimos el ok, ahí pasaríamos las próximas 8 horas y lo único que queríamos era dormir, pero de pronto llegaron nuestras vecinas y sus voces se escuchaban como si estuvieran dentro de nuestra pieza. Nuestro super alojamiento barato era una especie de bungalow divido en 2 por una pared que era más bien una telita de cebolla y durante toda la noche tuve un concierto de ataques de tos de nuestra vecina, y su pobre amiga, que no sabemos qué diablos habrá comido por ahí, pero la pobre tuvo que lidiar con sus asuntos estomacales y la cero privacidad. Mientras mi compañero dormía como si estuviéramos en un resort all inclusive, yo pasé una de las peores noches del viaje (y de mi vida) ya que venía con un cansancio acumulado de aquellos. No logré dormir ni un minuto y al día siguiente, cuando sonó la alarma, mi agotamiento fue tal que me puse a llorar! jajajja...el lado B de viajar.
Muerta de sueño, agarré mi mochila que por primera vez la odié a muerte y nos embarcamos al segundo día de navegación. El paisaje se puso más bonito que el día anterior y quedarme dormida frente a esa maravilla parecía ser un crimen, asi que me mantuve despierta para disfrutar el espectáculo. Me conecté con el aquí y ahora profundamente, e incluso, disfruté del sueño que tenía. Que presente más agradable. Mira donde estamos! Eran las frases más recurrentes que paseaban por mi cabeza, mientras observaba escenas rurales del presente de los laosianos: mujeres lavando ropa a orillas del río, niños bañándose mientras juegan, ríen y te saludan a lo lejos. Y uno que otro búfalo de agua, dándose un baño.




Melancolía laosiana...navegando en su propio mundo.

Y sin darnos ni cuenta, cuando finalmente decidí cerrar mis ojitos y descansar un rato, llegamos a Luang Prabang.

Datos prácticos: El slow boat se recomienda tomarlo a través de un tour de agencia desde Chiang mai o Chiang rai (Tailandia) desde ahí salen mini buses que te llevan a Chiang khong y desde ahí te cruzan a Huay Xai (Laos) que es el paso fronterizo. Después de pagar los 30 dólares de visa te llevan al slow boat que para en Pakbeng al atardecer y al día siguiente, a las 8 am, sale rumbo a Luang Prabang. Todos esos traslados son parte del tour que vale 1500 baths (60 dólares - 30 mil pesos chilenos) No incluye comidas ni alojamientos, sólo el transporte)
Antes de subir al slow boat, algunas personas compran cojines y no es necesario. Los asientos son cómodos y con respaldo, no como antes del 2012. Lleve comida, agua y papel higiénico. Y para matar el tiempo, buena música, un libro o cualquier cosa que lo entretenga y mantenga ocupado. También trate de cargar un poco de paciencia, porque si hay algo que caracteriza a los laosianos es la lentitud.